Me van a permitir que comience por el final. Ernesto Feria Jaldón (EFJ) muere con 71 años, en octubre de 1993.
En esas fechas, sabía el público que no lo conoció que escribía habitualmente en Huelva Información, antes en Odiel, artículos muy sesudos, bien armados y de muy buena factura; y que en 1987 publica su Juan Ramón Jiménez. Psicocrítica en el Servicio de Publicaciones de la Caja Provincial de Ahorros de Huelva.
El tesón de su familia (con Pepa y Ernesto a la cabeza) nos está entregando, sin prisa, pero sin pausa, lo que la madurez intelectual como pensador y escritor de Ernesto fue atesorando en la soledad de sus estudios, en Gibraleón, Antequera y en sus despachos de la calle El Mudo de nuestro Castillejos.
E introduzco aquí una categoría que usa un compañero generacional de Ernesto, Gustavo Bueno, analizando los contornos de otro compañero de generación el novelista y psiquiatra Luis Martín Santos (todos de la Generación de 1950).
Bueno, el padre de la escuela materialista de Oviedo juega con la idea de Filosofía silenciada, y juega irónicamente. Se refiere con esta noción a todos aquellos textos, libros que, de forma casi compulsiva, aparecerían después de la muerte del dictador, tras guardar el sueño de los justos, y que no habrían podido publicarse por la célebre censura franquista.
Bueno jugaba con ventaja, pues bien conocía el paño de sus compañeros de oficio: hubo poca o casi ninguna filosofía silenciada y, aparte de la eclosión de los cursos privados de Xavier Zubiri, poco más hay que reseñar.
Recordemos, por otra parte, que entre 1968-1975, por poner alguna fecha, quizá no se publicaron tantos textos sobre teóricos del marxismo como en España, ni siquiera en la Unión Soviética, ajena a las corrientes críticas, y gran divulgadora universal del Diamat.
Amplío y corrijo, y sin ironía, la noción buenista de Filosofía silenciada, por otra que proponemos para comprender el quehacer de EFJ como pensador, la noción de Filosofía silenciosa: una filosofía, o un pensar, o un meditar serio, riguroso, consistente, a pecho descubierto —como quería Hegel—, hecho con dolor y amor, artesanalmente, desde la soledad de sus estudios; arropado por los juegos, preguntas o gritos de sus siete hijos, toda una prole, del tiempo en el que las familias numerosas lo eran de verdad —y no es malo resaltar esta realidad verdadera como conquista de la pareja Pepa Martín-Ernesto Feria, cuando conocemos tantas tragedias familiares en varios de sus compañeros de generación—.
Y en los ratos que le permitía su oficio, tan vocacional, como médico rural, como pequeño gran héroe anónimo, que no sólo sana el cuerpo, si no que, sobre todo, anima y alienta al enfermo.
Un pensar que, con seguridad, no sería el mismo sin esta experiencia médica, que se convierte así en el origen existencial de su filosofía. No es el asombro, ni la admiración o el ansia de saber, sino el asombro, la admiración y el ansia de saber, de saber aliviar, comprender al enfermo, al que sufre, para, en lo posible, sanar y aliviar la tragedia humana del dolor y el enfermar. Es esta carne sufriente la que impulsa al logos.
Es, además de una filosofía silenciosa —hecha o haciéndose, pero no publicada y solo atisbada por sus artículos y en sus conversaciones— una filosofía periférica, excéntrica o independiente y divergente, y en varios sentidos, con respecto a una cultura centrípeta como es la española.
Estamos o estábamos al sur del Sur, alejados de Madrid (recuerden lo atribuido a Baroja, “venga a Madrid y póngase a la cola” o los caminos de incertidumbre o de mala vida narrados por Cansinos Assens en La novela de un literato) y más lejos aún de la vida universitaria que más tuviera que ver con la filosofía, con la reflexión o con el pensamiento (y su contacto con cátedras, revistas, editoriales, tertulias, grupos de lectura, bibliotecas y acceso a libros raros, difíciles de localizar, prohibidos…) Él mismo cuenta sus requerimientos a la Librería Arcos para que atendieran sus encargos… pues fueron Saltés y Welba las primeras librerías de fondo de Huelva ya en el tardofranquismo.
A pesar de esta dificultad material, EFJ estuvo solo, pero no aislado y su obra puede servir de paradigma o modelo para rastrear en España y en Andalucía, la recepción de la fenomenología, de los existencialismos (Martin Heidegger, Jean Paul Sartre…) o de los pensadores estructuralistas (Claude Lévi-Strauss) y, sobre todo, del pensamiento freudiano y de la obra de Jacques Lacan.
Fue un joven formado intelectualmente con Ortega, Marañón, Laín Entralgo, Rof Carballo… pero que pronto se choca de bruces, categorialmente, con la obra de Freud y ya a finales de los sesenta, principios de los setenta, con la del gran lector-actualizador del psicoanálisis freudiano, Jacques Lacan.
Estos últimos, más otras ingentes lecturas, son los fundamentos, los cimientos categoriales de su filosofía: denunciar las insuficiencias, las carencias, las ausencias, las máscaras de cualquier filosofía de la conciencia —en definitiva, de cualquier filosofía de la modernidad— en tanto que se fundamentan en el olvido del gran descubrimiento de Freud, el Inconsciente, y en la concepción del ser humano como ser deseante, que se constituye en una radical indigencia ontológica o a resultas de una “falta de ser” (manque d´être), como defiende en El deseo y la libertad. Trasuntos del célebre aforismo lacaniano, como inversión del cogito cartesiano y fundamento de la modernidad, “Soy donde no pienso”, “Pienso donde no soy”.
Exégesis de la técnica
Con estas armas se lanza EFJ a una empresa hermenéutica en la que aplica las categorías conquistadas en esta obra, y que le llevan a la exégesis de la técnica (Crítica de la razón tecnológica) y a su conexión con la concepción del hombre como ser deseante por “siempre insatisfecho” y sus cautelas por el destino sombrío de la humanidad, si no partimos de un conocimiento de nuestra realidad existencial y una plena transparencia de nuestro inconsciente que derrumbará todas nuestras ilusiones trascendentales.
O sus “excursiones” en pos de las obras de Juan Ramón, Franz Kafka (Estudios sobre Kafka), o Charles Baudelaire (Baudelaire, su corazón al desnudo) tan llenas de brillantez y sagacidad interpretativas…
Ernesto Feria Jaldón se encuadra en la Generación de 1950, llena de hijos rebeldes del maestro Ortega y Gasset, a la que pertenecen en los ámbitos de la filosofía el citado Gustavo Bueno, Manuel Sacristán, Carlos París, Fernando Montero Moliner, Patricio Peñalver, Luis Cencillo… Con ellos, y en buen comparatismo, debe ser estudiada su obra, al lado, también, de otros brillantes médicos pensadores andaluces, como Carlos Castilla del Pino o José Aumente Baena, o el gallego José Manuel López Nogueira.
Le agradecemos a Ernesto Feria Jaldón el habernos ofrecido herramientas tan útiles para el conocimiento de la realidad, su compromiso con la verdad y su fidelidad a una vida médica e intelectual vivida con tanta dedicación y autenticidad.
No hay, como le gusta decir a mi maestra Carmen Iglesias, una única llave maestra que abra cualquier puerta o todas las puertas. Eso sería ensombrecer el sentido, la historia y la realidad.
Por eso vaya nuestro reconocimiento a todos aquellos que nos han ofrecido su visión, su perspectiva de la obra de EFJ: Pepa y Ernesto Feria Martín, Kiko Cárdenas, César Moreno, Julia Manzano, Lucio Fernández, Pedro Feria, Juan Angona, Bernardo Romero, J.A. Guzmán… o sus amigos Ricardo Bada, Manuel Garrido Palacios, J.A. Gómez Marín o mi tío Víctor Márquez Reviriego, tan decisivo en el arranque literario de Ernesto. Y a la más joven de todos, Bárbara Yáñez Feria, comisaria de la exposición conmemorativa que pueden visitar en el patio de la Merced.